Llamarnos "América Latina" es ser injustos con nosotros mismos. No somos sólo
latinos; somos indígenas, africanos y europeos. Cada grupo humano que llegó a
nuestras tierras quiso apropiárselas, luchó, sufrió con su ambición y al final
se fundió en una especie de abrazo.
Mientras otras partes del mundo se
enceguecieron con sus propios nacionalismos, nosotros entendimos que una sola
cultura era poca cosa, la diversidad a la que nos enfrentamos a diario no daba
para otra cosa. Tomamos la pasión, la llenamos de amor y la convertimos en
virtud. Después de tanto dolor, aprendimos a vivir juntos, construimos un
nosotros hermosamente incluyente.
Por eso, y siguiendo el ejemplo del
escritor mexicano Carlos Fuentes, creemos que es mejor llamarnos
Una palabra, que si la hacemos cortica, se lee INAIA. Así suena como muchas de sus hermanas que nacieron en las selvas más húmedas, los desiertos más secos, las montañas más abruptas o los volcanes más activos. Nuestro pueblo no es fácil de domar, como no lo son sus tierras. Y le amamos así, como a la vida misma, que si queremos reducirla o dominarla, la transformamos en muerte. Porque la alegría hace sus propias reglas y se contagia como el calor de la mañana. Porque cuando se trata de humanos, uno más uno es siempre más que dos. Y nuestros hijos conocerán un mundo más justo, donde no duele compartir y todos tienen un lugar en medio de nuestra diversidad gigantesca; aquí, entre el sur de América del Norte y el norte de la Antártida argentina.